13 marzo 2016

Insultos, Insultos y más insultos

Recientemente el Ministerio de Seguridad Pública de Costa Rica prohibió la entrada a dos comediantes nicaragüenses que pretenden, o pretendían, mostrar su show en el país; bajo la premisa de velar por su propia seguridad. ¿Por qué? Pues porque se burlaron de los costarricenses con mofa, burla grotesca y soez.

Es muy entendible la molestia tica, las groserías fueron abundantes y pesadas. No se invita a la casa al vecino que ha hablado pestes públicamente de nuestros padres y hermanos ¿Cierto? Pero, si pide la entrada y nosotros lo atendemos con cultura, decencia y amabilidad ¿Es acaso demasiado utópico? ¿No es posible que mejoremos la convivencia en el barrio? ¿No es posible que esa persona cambie su percepción sobre nosotros e, inclusive, que nosotros cambiamos la nuestra sobre ella? Y si no es así ¿Perdimos algo? ¿Nos dejamos humillar? ¿Debemos de, al menos, impedirle la entrada, y cuando más lincharlo públicamente?

Mi fe en mi pueblo, mi impulsa a creer que tenemos buena educación, cultura, que la población mayoritariamente cristiana (católica y protestante) atiende a principios y valores humanos elevados, que cuando nos llenamos la boca con la idealizada forma de ser del costarricense: amable, atento, cálido con el extranjero, tolerante y, en fin, buena gente, lo estamos diciendo sincera y honestamente.

Sin embargo cada día la evidencia me abofetea la cara diciéndome que, en realidad, una amplia parte no es así. Que si un nica nos insulta por internet, nuestro mejor forma de hacerle frente a la situación es enviarle amenazas de muerte, insultarlo peor de lo que él lo hizo y se viene por aquí despellejarlo  vivo y echarlo a los perros. Y no estoy recurriendo a mi imaginación, peores comentarios he leído en las redes sociales.

Y si el mentado nica se disculpa, y lo hace exponiendo coherentemente sus ideas y pidiendo olvido para su error y unión entre los vecinos, más encima nos tiramos de  él, como perros rabiosos, porque es un cobarde y hay que dejarlo que venga para desaparecerlo.

Es de llorar, ¿De verdad tenemos que impedir que venga porque su integridad física está en peligro? ¡¿En Costa Rica?! El país pacífico, sin ejercito, el rinconcito de paraíso...

Luego veo un video de cuatro chiquillas de colegio, agarrándose a golpes en medio de una rueda de compañeros que les gritan “¡Dele! ¡Dele! ¡Dele Duro! ¡Mae maldita!”, y hay decenas de ejemplos, basta irse a las noticias y sus desagradables reseñas de sucesos.

Tengo una hija pequeña, y me entristece y me asusta en el mundo en que va a crecer: un mundo rabioso, un mundo donde si no haces la vejaciones te las hacen, donde si no golpeas primero te golpean dos veces, donde hay que insultar e insultar alto y fuerte, donde tienes que odiar al que es diferente y serás más aceptado si odias en manada. Es un mundo despiadado donde no soportas nada, no pasas nada por alto y donde debes devolverlo todo y con intereses. Y si de casualidad perdonas, o ayudas a quien te hirió o tienes un buen gesto con quien te molestó, eres la peor escoria, el imbécil, el tonto porque nadie se deja, solo el cobarde.

No quiero que sea así, no debe ser así. Aun creo y espero, que la mayoría no seamos aun así, pero cada vez cuesta más creerlo, a veces parece que nuestra sociedad fracasa y que nos hundiremos irremediablemente.

Una canción china dice “la mayor victoria es cuando logramos convertir a nuestro enemigo en amigo”. Debemos cambiar mentes y corazones, debemos empezar por nosotros mismos y por nuestros hijos…

1 comentario:

  1. La otredad es un sentimiento de extrañeza que asalta al hombre tarde o temprano, porque tarde o temprano toma, necesariamente, conciencia de su individualidad.

    En algún momento cae en la cuenta de que vive separado de los demás; de que existe aquél que no es él; de que están los otros y de que hay algo más allá de lo que él percibe o imagina.

    La otredad es la revelación de la pérdida de la unidad del ser del hombre, de la escisión primordial. Adán se descubre desnudo; habiendo perdido su inocencia, se ve a sí mismo y apenas se reconoce.

    La otredad es para el hombre moderno un mal que se soporta con dolor: la conciencia moderna no acepta que su individualidad sea una realidad plural y que detrás del hombre que piensa se esconda otro que mantiene una vida "ilógica", que sostiene a menudo lo que la razón reprueba. Octavio Paz

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